D-Generación

"Una generación extraviada en un mundo casi perdido, lejos de la Generación del 98, del 14, del 27, de mayo del 68, no somos otra cosa que una 'D-Generación'"

martes, agosto 09, 2005

Extraños en un tren

“¿Falta mucho papá?” “ No hijo, es la siguiente estación”. Un renacuajo rechoncho y con unas gafas enormes permanecía pegado al cristal de la ventana del viejo vagón, esperando con ansiedad contemplar, por apenas unos segundos, aquel extraño monumento. Un residuo de una época pasada, diferente y para aquel crío desconocida. El tren arrancó despacio y fue cogiendo velocidad, adentrándose en la oscuridad. Los ojos se le abrieron aún más y por fin llegó el deseado momento. La estación fantasma se dejó ver, por unos segundos. Y una sonrisa se dibujó en mi rostro. “¡La he visto, la he visto!”. La vi. Y todavía sigue allí, perdida en el tiempo, después de Cuatro Caminos, en la algo vetusta línea 1 del Metro de Madrid.

La escena también es de una época pasada, diferente, pero muy conocida. Tendría diez u once años y por aquellos tiempos viajaba con frecuencia en el suburbano, por supuesto siempre acompañado de alguno de mis progenitores. Siempre deseaba ver esa estación, me fascinaba, no sé por qué, imagino que cuando eres un crío la inocencia y la curiosidad te atrapan en algunos momentos (y esa es la magia de la infancia). Los años pasaron y empecé a viajar solo, siempre con algún destino, y aunque ya sin mucha inocencia no podía dejar de ver esa estación. No era ese montón de piedras ruinosas lo que me atraía, sino el recuerdo.

Llevo casi 15 años usando el metro y debo reconocer que es parte de mi vida; sí, sólo es un medio de transporte, pero qué habría sido de mí sin él? Bueno, lo cierto es que muchos dependemos de él, hasta el punto de que si se parase Madrid entero se detendría. Un caos, vamos. Dicen que es el mejor de Europa. Bueno, tiene sus fallos. Ha crecido mucho estos últimos años (y más que va a crecer). También ha crecido el número de usuarios. A veces es realmente difícil encontrar un asiento libre, o incluso un hueco donde meterse. A veces el tren no llega, o se queda unos minutos detenido en la oscuridad, o no tiene el aire acondicionado y se transforma en el décimo nivel del infierno.

Tanto cuando era pequeño como ahora, me gusta mirar a los viajeros; no de forma descarada por supuesto (tampoco en busca de terroristas), pero sí suelo examinarlos. Rostros tristes, alegres, pensativos, despreocupados o estresados. Rostros anónimos, cuyas vidas se cruzan durante unos minutos con la mía. Jóvenes, críos, adultos y ancianos. Para mí, extraños. Pero quién sabe si nuestros caminos se cruzarán en el futuro, o ya lo hicieron en el pasado, o nunca se cruzarán. Rostros absortos en una novela o en una revista, ojos cerrados e inmersos en un profundo sueño. Situaciones extrañas con extraños como protagonistas. Y es que el suburbano es la expresión misma de la ciudad y de sus habitantes. De sus penas y alegrías, de sus inquietudes y esperanzas. Las puertas se abren y entonces comienza una carrera hacia el exterior, empujados por la fuerza de las escaleras mecánicas.

El metro me ha transportado a muchos momentos de mi vida; tristes y alegres, aburridos y divertidos, dignos de recordar y de olvidar. Sentado en el vagón, contemplando a la gente, y esperando que el tren llegase a mi destino. Observando y muchas veces también siendo observado. Soñando y tratando de encajar esas piezas que me faltan encajar. Pensando en el antes y el después mientras atravieso las entrañas de Madrid. Y es que es una forma rápida de viajar. Alguna vez he viajado incluso sin rumbo, sin saber a donde ir, como esperando que fuese el propio metro el que me dijese lo que debía hacer. Rodeado de todos estos extraños no puedo evitar sentirme solo, pero al mismo tiempo acompañado. Supongo que en el fondo ellos sienten lo mismo. Todos somos extraños en un tren.

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