D-Generación

"Una generación extraviada en un mundo casi perdido, lejos de la Generación del 98, del 14, del 27, de mayo del 68, no somos otra cosa que una 'D-Generación'"

lunes, febrero 27, 2006

Los estados de guerra, una lectura.

Antes de que se acabe el día, comparto esto con ustedes.

Avant que le jour finisse, je partage cela avec vous.

Before the day has finished... i share with you this. A paper wich is payed content in a spanish magazine. ( el Siglo de Europa )

La otra transición iraquí: de la guerra al estado de violencia

El Iraq que dice haber liberado la coalición que lidera Estados Unidos vive en realidad preso de la inseguridad. Terroristas, insurgentes, mercenarios y soldados son, entre otros, los responsables de la violencia que azota el país día tras día.

En Iraq existe un proceso político en marcha tras la proclamación de victoria hecha por el presidente George W. Bush a bordo del portaviones Abraham Lincoln en mayo de 2003. Un año después de ese acto, los iraquíes recibían la soberanía que les había sido arrebatada con la invasión de marzo de 2003. El segundo año de ocupación, los iraquíes acudieron hasta en tres ocasiones a las urnas para elegir la Asamblea Constituyente, aprobar la nueva constitución iraquí y, finalmente, votar en las elecciones legislativas del pasado 15 de diciembre. En virtud de su victoria en estos últimos comicios, la coalición de partidos chiíes, la Alianza Unida Iraquí, ha reelegido a Ibrahim Al-Jaafari como nuevo jefe de gobierno. Al-Jaafari es, por tanto, el primero en ocupar ese cargo de manera plenamente democrática desde hace décadas en Iraq.

A la luz de estos hechos, la invasión y la ocupación posterior que ha dirigido Estados Unidos han posibilitado la transición de la dictadura de Sadam Husein hacia la democracia. Sin embargo, este proceso político está ensombrecido, sino completamente eclipsado, por la violencia que se desencadena en el país cada día. El maremagno violento que azota Iraq se explica por la lucha contra la insurgencia de las tropas de la coalición en la que también participa el todavía débil y nuevo ejército iraquí, por la guerrilla insurgente y sus ataques contra las tropas de ocupación y las nuevas instituciones del país y, por último, debido a los ataques registrados en el particular conflicto entre confesiones que enfrenta a la minoría suní y la mayoría chií.

De esta forma, las batallas que se desarrollan a estas horas en Iraq están lejos de ser identificables con aquella guerra que lanzaron un conjunto de Estados coaligados y liderados por Estados Unidos contra otro Estado, el del dictador Sadam Husein. Hoy en Iraq el recurso a la violencia no está monopolizado por las tropas de la coalición. Insurgentes, terroristas y agentes de seguridad entre otros, también hacen uso de la coacción en el territorio iraquí. La violencia se encuentra menos aún monopolizada por el Estado iraquí. Éste vio cómo, pocos días después de que Bush se apuntara “una victoria en la guerra contra el terror” a bordo del Abraham Lincoln, el director de la Autoridad Provisional Iraquí, Paul Bremer, anunciaba la disolución de las Fuerzas Armadas de Iraq, del ministerio de Defensa y del Interior: las instituciones que mejor representan en cualquier país el monopolio del uso de la violencia legítima del Estado.

Esta decisión se enmarca en la voluntad de Bremer de eliminar todo cuanto tuviera relación con el régimen y su partido único iraquí, el Partido Baas. Tal y como explica Myrian Benraad, doctorando dirigida en su investigación por Gilles Kepell, ese proceso de “desbaasificación” tuvo como consecuencia la disolución de la administración y una consiguiente propagación del caos. “La amplitud de la violencia en Iraq se explica, ante todo, por la destrucción sistemática del aparato del Estado iraquí”, asegura Benraad en un reciente dossier de la revista Questions Internationales dedicado a Iraq.

El filósofo francés, Frédéric Gros, considera que el caos que vive el territorio iraquí manifiesta que en el país no tiene lugar lo que se define tradicionalmente como una “guerra”. Gros es el autor de “États de violence”, una obra aparecida en Francia en enero de 2006. Todavía sin editor en España, el libro de Gros es un “ensayo sobre el fin de la guerra” centrado en la superación de la definición del término “guerra” que más ha prevalecido en el pensamiento occidental.

En occidente, el Estado, desde que existe, siempre se ha identificado con la guerra. Siendo éste la encarnación institucional de la ley, la consecuencia lógica de una declaración de guerra entre Estados es, como mantenía el jurista del renacimiento, Alberico Gentili, que la guerra se caracterice por ser “un conflicto armado, público y justo”. Sin embargo, Frédéric Gros considera que la guerra de la que habla Gentili “ya no existe”. En la introducción a la problemática filosófica que trata Gros en “États de violence” se apunta que la guerra “ha muerto cerca del punto en que comienza el siglo XXI”.

La reflexión de Gros se enmarca en el trabajo intelectual de muchos otros filósofos y teóricos de la guerra que han pensado el conflicto bélico justo después del fin de la “guerra fría”. Aunque para Gros la guerra tal y como se ha manifestado a lo largo de la historia ya no exista, esto no quiere decir que la humanidad haya entrado en la “paz perpetua” sobre la que reflexionó Emmanuel Kant a finales del siglo XVIII. La idea de la paz perpetua recobró todo su sentido a principios de los noventa gracias a las teorías de la guerra que se alimentan del “el Fin de la Historia” de Francis Fukuyama. Según estas formas de entender la evolución de los conflictos, la victoria de la democracia y la economía de mercado sobre el modelo comunista supondría la expansión del modelo político-económico triunfante a nivel mundial, expandiendo así la prosperidad y la paz que le son inherentes. Las guerras, según estas teorías, se acabarían circunscribiendo al plano interior de los países y estarían condenadas a extinguirse.

No obstante, la década y media transcurrida tras el fin del conflicto entre bloques parece dar la razón a quienes no piensan que las guerras están obligadas a desaparecer. Es más, desde la caída del muro de Berlín, los conflictos perviven y evolucionan. Ahora tienen menos que ver con Estados en ejercicio de la fuerza y más con crisis de origen guerrillero, terrorista o interétnico. Como los que existen en Iraq. A esta nueva forma de guerra -si es que todavía puede denominarse así- Frédéric Gros, la llama “provisionalmente ‘estado de violencia’ ”.

La crisis iraquí, a pesar de que en su origen parta de la voluntad de una serie de Estados de hacer la guerra a otro Estado, es un buen ejemplo de un “estado de violencia” pues el Iraq de la ocupación presenta tras la “desbaasificación” una situación que podría calificarse de “anárquica” y “privatizada”. Estas son dos de las características con las que Gros describe a los “estados de violencia”.

La privatización en Iraq resulta manifiesta muy especialmente en el sector de la seguridad. De hecho, el territorio iraquí ha visto cómo se han implantado empresas privadas de seguridad que desempeñan tareas precisas como la de Erinys, contratada en Iraq para defender las infraestructuras petrolíferas del país pues a menudo son objetivo de la insurgencia. Según Ybes Boyer, director adjunto de la Fundación para la Investigación Estratégica y presidente la SFEM, la sociedad francesa de estudios militares, “los efectivos de las sociedades [de seguridad, ndlr.] están estimadas en unas 25 000 personas, o sea, un poco menos que una quita parte de las fuerzas regulares estadounidenses en Iraq”. Los trabajadores de estas empresas constituyen una versión actual de los mercenarios de la edad media, puesto que a cambio de una remuneración sirven en la guerra a un poder extranjero. Estos nuevos mercenarios forman parte de la “multiplicidad de nuevas figuras” protagonistas del “estado de violencia” del que trata Frédéric Gros en su libro. No son los únicos. A los mercenarios hay que sumar, enumera Gros: “el terrorista, el soldado profesional, el jefe de facción, el responsable de seguridad, etc.” Todos ellos actúan en un nuevo escenario, “la ciudad”, cuyos espacios públicos se convierten, según Gros, “en una feria de espectáculos atroces”. Si la ciudad define el espacio del “estado de violencia”, la temporalidad del mismo no es el de las guerras entre Estados, siempre con fecha de inicio y fin del conflicto bélico. Lo contrario ocurre con la temporalidad del “estado de violencia”. Esta, asegura Gros, es “interminable”.
Semejante tesis lleva a pensar en lo esencialmente irresoluble que puede resultar la actual crisis iraquí. Sin embargo, puesto que la destrucción de las instituciones iraquíes ha sido la principal causa del caos que reina en Iraq, cabe pedir a la coalición que ponga más interés en la reconstrucción del país que ocupa para enderezar la peligrosa deriva de la insegura actualidad iraquí. Si nada cambia, los 135 000 estadounidenses desplegados en Iraq junto con los 50 billones de dólares anuales que le cuesta a la administración Bush la segunda guerra del Golfo seguirán perdiéndose en el “estado de violencia” iraquí que la misma intervención de 2003 ha generado.